domingo, 16 de septiembre de 2012

SC 166 Cordobés: Iglesia de la Compañía y la Torre del Centro Cívico

1- Bartolomé Cardeñosa y Hno Philipe Lemaire. Iglesia de la Compañía de Jesús, 1609-1671
2- Estudio GGMPU + Lucio Morini. Torre Centro Cívico. 2010-2012


Mientras nos íbamos acercando con mi amigo Sergio Manes cruzando el flamante puente sobre el río Suquía, la realidad frente a nosotros desestimaba las pocas esperanzas que el proyecto de la Torre del Centro Cívico ofrecía en concreto desde la realidad. La audaz –por lo menos en estas pampas- estructura de hormigón visto de formas y vanos angulares había perdido ya por tiempo y economía primero su proporción original, y luego su activa participación estructural para quedar relegada a un mero papel epidérmico. Demasiado poco para sostener la pedantería formal -más propia de situaciones de alta densidad- que escudada desde el papel de ícono urbano no lograba un dialogo mínimamente digno con el entorno. Las inflexiones gestuales se han mantenido como operatorias tradicionales en la arquitectura para indicar el devenir del programa o del entorno. Es la implantación o algún podio/basamento quien debe “flexionarse” para demarcar signos no determinados por el carácter edilicio. Aquí, ni el uno ni el otro.
La torre -por otra parte- sí se corresponde con el trabajo morfológico y gracias a la flexible adaptación de los encofrados estandarizados PERI a los vientos de los tiempos digitales que han establecido nuevos caminos en la profesión. Y no es para desmerecer, aunque en algunos detalles  poco felices inclusive este tipo de manufactura parezca endeble: sólo la práctica logrará pulir los sistemas y la mano de obra y en ese sentido son necesarias propuestas como éstas –y tantas como sean necesarias- para perfeccionarse. Pero la arquitectura es mucho más compleja aún, y la nueva tecnología necesita de referentes, compromisos y valoraciones frente al contexto y la integridad de la propuesta para no ofrecerse tan endeble ni extranjera en el terreno. En el campo simbólico, nada nos indica que es un edificio institucional de gobierno y mucho menos que estamos en tierras cordobesas: podría ser sin más un laboratorio en Stalingrado (u otra casa de algún heredero de Melnikov). Todas las posibilidades expresivas del trabajo artesanal-digital para acentuar propuestas regionales han quedado completamente olvidadas, y al no ofrecer operaciones de diseño en relación al lugar, ni a su topografía, ni a los materiales, ni a estrategias de llegada, sólo con su carácter general basado en gimnasias abstractas, no creo logre establecer una identidad al pueblo cordobés como logró imponer Niemeyer para el Brasil moderno. Aunque uno nunca sabe.
 Una inspiración formal para la textura geométrica de la piel de hormigón –señalada por sus autores- ha sido el artista húngaro Víctor Vasarely, quien difícilmente siquiera una vez haya disfrutado un alfajor Chammas. Antes de explorar por las redes el período menstrual del arte óptico, sólo caminar unos pasos hasta el patio de acceso de la Iglesia de la Compañía hubiera sido más fértil: los rombos que recomponen la imagen de un cubo en axonometría está allí en el solado, los vanos regulares se encuentran allí en el muro frontal. Desde una propuesta del siglo XVII que invirtió la estructura del casco de un barco para utilizarla como cubierta, las texturas, ritmos y formas que se entremezclan cálidamente con el paisaje urbano parecen darle al Centro Cívico una enorme lección de arquitectura.
 

Pero el momento de la desazón se desvaneció pronto. Sergio tenía una visita especial programada a continuación: una de las mejores delicias arquitectónicas de la Argentina, ya casi con medio siglo sobre sus espaldas. En el próximo artículo.
Fotografías de Sergio Manes y Martín Lisnovsky
Editado por el arq. Martín Lisnovsky 
 

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